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viernes, 21 de septiembre de 2012

Sin Leyes

                                                        Claudio Rodríguez, poeta español nacido en Zamora en 1934. Licenciado en Filología por la Universidad de Madrid, fue lector de español en las Universidades de Nottingham y Cambridge entre 1958 y 1964. Antes de cumplir los veinte años, en 1953, recibió el Premio "Adonais", al que le siguieron luego el Premio Nacional de la Crítica, el "Nacional de Literatura", el de "Las Letras de Castilla y León", el "Premio Nacional de Poesía", el "Príncipe Asturias de las Letras" y el prestigioso "Premio Reina Sofía Iberoamericano".  En 1987 fue elegido miembro de número de la Real Academia Española de la Lengua para ocupar el sillón I. Fue nombrado Hijo Predilecto de la Ciudad de Zamora en 1989. Falleció en Madrid en 1999, mientras preparaba su vigésimo libro de poemas.


                                           "Hoy que hay mareas vivas
                                            El amor está gris perla, casi mate,
                                            como el color del álamo en octubre"


SIN LEYES     poesía de Claudio Rodríguez

En esta cama donde el sueño es llanto,
no de reposo, sino de jornada,
nos ha llegado la alta noche. ¿El cuerpo
es la pregunta o la respuesta a tanta
dicha insegura? Tos pequeña y seca,
pulso que viene fresco ya y apaga
la vieja ceremonia de la carne
mientras no quedan gestos ni palabras
para volver a interpretar la escena
como noveles. Te amo. Es la hora mala
de la cruel cortesía. Tan presente
te tengo siempre que mi cuerpo acaba
en tu cuerpo moreno por el que una,
una vez mas me pierdo, por el que mañana
me perderé. Como una guerra sin
héroes, como una paz sin alianzas,
ha pasado la noche. Y yo te amo.
Busco despojos, busco una medalla
rota, un trofeo vivo de este tiempo
que nos quieren robar. Estás cansada
y yo te amo. Es la hora. ¿Nuestra carne
será la recompensa, la metralla
que justifique tanta lucha pura
sin vencedores ni vencidos? Calla,
que yo te amo. Es la hora. Entra y un trémulo
albor. Nunca la luz fue tan temprana.


LA CONTEMPLACIÓN VIVA
I
Esos ojos seguros,
ojos nunca traidores,
esta mirada provechosa que hace
pura la vida, aquí en febrero
con misteriosa cercanía. Pasa
esta mujer, y se me encara, y yo tengo el secreto,
no el placer, de su vida,
a través de las más
arriesgadas y entera
aventura: la contemplación viva.
Y veo su mirada
que transfigura; y no sé, no sabe ella,
y la ignorancia es nuestro apetito.
Bien veo que es morena,
baja, floja de carnes,
pero ahora no da tiempo
a fijar el color, la dimensión,
ni siquiera la edad de la mirada,
mas sí la intensidad de este momento.
Y la fertilidad de lo que huye
y lo que me destruye:
este pasar, este mirar
en esta calle de Ávila con luz de mediodía
entre gris y cobriza,
hace crecer mi libertad, mi rebeldía,
mi gratitud.

II
Hay quien toca el mantel, mas no la mesa;
el vaso, mas no el agua.
Quien pisa muchas tierras,
nunca la suya.
Pero ante esta mirada que ha pasado
y que me ha herido bien con su impía quietud,
con tanta sencillez emocionada
que me deja y me da
alegría y asombro,
y, sobre todo, realidad,
quedo vencido, y veo, veo, y sé
lo que se espera, que es lo que se sueña.

Lástima de saber en estos ojos
tan pasajeros, en vez de en los labios,
porque los abios roban
y los ojos imploran.

Se fue.

Cuando todo se vaya, cuando yo me haya ido
quedará esta mirada
que pidió, y dio, sin tiempo.-



  

                                  AJENO

                                  Largo se le hace el día a quien no ama
                                  y él lo sabe. Y él oye ese tañido
                                  corto y curo del cuerpo, su cascada
                                  canción, siempre sonando a lejanía.
                                  Cierra su puerta y queda bien cerrada;
                                  sale y, por un momento, sus rodillas
                                  se le van hacia el suelo. Pero el alba,
                                  con peligrosa generosidad,
                                  le refresca y le yergue.
                                  Prisionero por no querer, abraza
                                  su propia soledad. Y está seguro,
                                  más seguro que nadie porque nada
                                  poseerá; y él bien sabe que nunca
                                  vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
                                  ¿cómo podemos conocer o cómo
                                  perdonar? Día largo y aún más larga
                                  la noche. Mentirá al sacar la llave.
                                  Entrará. Y nunca habitará su casa.-


                                                                 Claudio Rodríguez


Imágenes: pinturas del artista ruso contemporáneo Alex Lashkevich  (Leningrado, 1964)     


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