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lunes, 26 de octubre de 2015

Entrando en el reino

Quinto año de una antojadiza antología de la poesía de todos los tiempos, seleccionada por el escritor Quique de Lucio. Esta pretende ser una antología cuyo sentido radica en la actividad del lector, en su lectura que organiza los textos como un proyecto de su propia aventura y goce creadores. Difundiendo a los hacedores, respetando el derecho de autor.


Publicación N° 1,172-

                                                                                            Mary Karr

Poetisa y ensayista de Estados Unidos, nacida el 16 de enero de 1955. Saltó a la fama en 1995 con la publicación de sus memorias "The Liars' Club". Profesora de inglés y literatura en la Universidad de Syracuse. En 1995 ganó el Premio Albrand PEN, en 1989 el Premio Whiting y en 2005 ganó la Beca Guggenheim. Ha publicado los poemarios:  "Abacus" (1987), "The Devil's Tour", "Viper Rum", "Sinners Welcome", etc. Su última publicación fue el libro de historias "Learner's Permit" de abril de 2015. Es, en la actualidad, una de las escritoras más leídas en Estados Unidos.


                                                                                         "Cuando lloraba tras ellos
                                                                                          se giraba una parte, he ido
                                                                                          en su encuentro al crepúsculo
                                                                                          y por mí vibraba" 






ENTRANDO EN EL REINO

Mientras los huesos del chico crecían
y su cabeza y su corazón se alargaban,
un día su madre no pudo

verse a sí misma en él.
Era un hombre ya, irradiando
la innata soledad de los hombres.

Su expresión estuvo a partir de entonces
más allá de ella.
Cuando él estaba a punto de dormirse
y sus rasgos se acercaban a la infancia,

duraba poco.
Ella sólo podía apretar
sus anchos hombros. ¿Qué podía

enseñarle acerca
de las pérdidas, a quien ahora las infligía
entrando en el reino

de su propia voluntad?-


CAMPO DE CALAVERAS

Mira al tejido de la noche, lo suficientemente estricto
y si estás predispuesto a lo sombrío, digamos
la ventana que has elegido es un oscuro
sello de correos que al paso de las horas,
sin dormir, bebiendo ginebra después la Amada
Lucy se ha repuesto y se marcha, mira

al igual que sus ojos tienen la fuerza, y tras
cualquier tensa cortina de la noche vendrán las formas
que tu esperas presionando desde el otro lado.
Para ti: un campo de calaveras, mandíbulas angulosas
y cuencas de ojos, sacas en mil cráneos.
Son claros una vez que pienses mirarlas.

Sabes esos campos existen, por los criminales
que deambulan por tu misma calle
e incluso en las listas de la historia
monstruos como Adolf y el tío Joe
que acechan la esfera de la tierra,
adentro de bebés menores comelones
no identificados, probablemente en el mismo medio.
Quizá ese empleado de correo
descontento de su trabajo

ya ha arañado su nombre en una bala, que es de él
susurrando en las azaleas. Acaricias el pensamiento,
para probar que no hay lugar mejor para ti
que aquí, su patio plaza de sofá de cretona,
escuchando las señaladas malas noticias
estables en tu cabeza. La noche
es de color negro. Miras y su mirada furiosa,

seguro que no hay dioses allí afuera.
De esta manera,
estás ciego de tu propia máquina intrincada del ojo
y a la luz por lo que ves,
a la suerte del nacimiento y a todos los
recuerdos de tus amores, Si las calaveras están ahí
-digamos que te presionan
contra el entelado de la noche- podrían no mirar
con envidia y ¿con flojedad de las mandíbulas
a la carne fina que cubre el cuero cabelludo,
los cabellos numerados
con la fuerza con que tus manos los sostienen?-


SINCRONÍA

Leí en alguna parte
que si los peatones no quebrantaran las leyes
de tránsito para cruzar
Times Square cuando sea y por cualquier medio posible,
      la ciudad toda
pararía, se pararía.
Los autos se amontonarían hasta Rhode Island,
una épica malla tupida que ni siquiera un gato
podría enhebrar. No es la ley sino el esparcirse
de nuestras distintas voluntades
lo que nos hace fluir. Hoy amé
tanto
el descaro sin precedentes
de unos cargadores de pianos, aupando a un grandioso
bebé bien
amarrado en la Novena Avenida antes de una tormenta.
Eran un par hosco y vigoroso, cínicos
como cualquier jornalero.
Sabían lo que se avecinaba,
el instrumento laqueado en blanco,
el cielo negro henchido
como un mal globo de agua y en un instante de aguja
explotó. Una ducha como manguera de bombero,
durante algunos latidos, toda la ciudad se paró,
pausó, el golpe de un corazón,
y luego todo continuó en staccato.
Y fue un gozo ser testigo no de un
milagro cualquiera:
en un solo instante todas las negras
sombrillas en Hell's Kitchen se abrieron como a una voz,
todo el mundo
aún en movimiento. Fue una escena sacada de una ópera
no escrita,
la zarpa de una vasta armada.
Y cuatro damas interrumpieron su propio lento caminar
para acompañar a los cargadores del piano,
cada una sosteniendo lo que alguna vez habían sido
parasoles de encaje por sobre el refunfuño de los hombres.
Pasé
por el corrito de bailarinas en papel acurrucadas
bajo la marquesina de la vuelta
en fila para una convocatoria abierta
extremidades de cigüeña, talones
zigzagueados de lacitos, algunas pasándose un cigarrillo
encendido
entre sí. La ciudad vive de la belleza, muere de hambre
por ella, la cría.
Viniendo a casa después de medianoche,
a mi barrio desierto con su famosa excesiva
estadística de ratas en el subterráneo, oí a un tenor exhalar
puro
anhelo a través de los cañones de ladrillo,
la luma humeante
abrió su boca para beber desde allí arriba.-



                                                                                             Mary Karr



Imágenes: Pinturas y foto montajes de Adam Burn (EE.UU), de la serie: Ciudades fantásticas




 quiquedelucio@gmail.com 

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