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lunes, 12 de diciembre de 2011

Una manera de irse en domingo

PARTIDA

-Porque es mejor elegir una manera de morir a cualquier hora del domingo -se dijo- Y era cierto que en sus músculos ni la tarde cabía. Pero él estaba seguro de eso, lo mismo que de algunas otras cosas con las que poblaba su vida e incluso a veces trataba de evadirla. En las canciones melosas, a menudo llenas de alcohol y a pesar de su propia domesticidad, encontraba la fuerza para justificar su tristeza. Reparó sorpresivamente en el ventilador y el aparato le contestó sin vacilaciones, con un trepidar formado por convulsiones pequeñas, casi siempre cercanas a su rostro.
Las paletas podían verse debatiéndose en la velocidad, con expresión invariable. Se dio cuenta que aquel ventilador era simplemente un ser en mitad de la tarde y le habló con mesura, sin ocultar su vacío, su arrepentimiento y su lejana vitalidad. Mientras le hablaba las otras cosas que navegaban en el estudio lo miraban no con aquella incipiente naturalidad que aparentaban sino con una fijación posesiva. El primero en contestarle fue el globo terráqueo, con voz gangosa y profunda y una oscilante aunque definitiva gravedad. Marcelo no pudo inmutarse ya que la voz partía de las costas de Australia y ningún árbol parecía moverse. Con dulzura se fue deslizando hacia el suelo, tomó una avellana y se la colocó suavemente sobre la lengua, recordando nítidamente que su padre había muerto y que su madre se hallaba en aquel momento flotando en el río, con la cabeza hacia abajo y sus ojos justificando a los peces que ya se habían ensañado con sus párpados. -¿Acaso tengo la culpa?- preguntó a las campañillas asiáticas colgadas de la lámpara- Pero Marcelo sabía que la tenía y no estaba dispuesto a admitirla.
Sólo que al apretar dos veces el gatillo no oyó los estampidos y siguió caminando con su madre a su lado, o por lo menos con aquellos vestidos que formaban a su madre, silenciosos a esa hora. Marcelo optó por pinchar las yemas de sus dedos, advirtiendo que la sangre se hacía partícipe de sus creaciones y de sus mínimos sentimientos de duda. Tomó de nuevo el revólver y marcó un número en el teléfono -Quiero que me envíe un mensajero- dijo al otro solitario de la línea.
Y esperó, convencido de que no podía suicidarse porque las leyes a veces pueden inundarle a uno aunque en ellas no existan particular gratitud. Preparó el revólver detrás del biombo ajustándolo a la silla y ató el cordón al gatillo, pasándolo por delante del panel.
 Lo hizo con ligero temblor, mirando las cosas y hablando con ellas, hasta sentir tedio y un neutro sentimiento de odio. Más tarde hizo entrar al chico mensajero y le explicó lo que debía hacer sin que el otro advirtiese el juego a pesar de sus pequeñas vacilaciones o tal vez de su displicencia. Después se concentró en el ventilador, en el fetiche, en la jaula para grillos completamente sola, en el barco en la botella, en las miniaturas. El chico sostuvo el cordón y oyo hablar a los objetos sin entender nada. Inconscientemente pasó el cordón entre sus dedos, mientras Marcelo esperaba detrás del biombo. El ventilador se quejó, le habló de soluciones capaces de animar la dimensión de las sombras. Las dos máscaras de la pared también se acercaron. Y él tembló convencido de que en todo aquello no había defensa y se dejó estar, pretendiendo que había pasado mucho tiempo. Entonces, el frasco de las especies, empujado por las palabras, cayó en el piso y el chico, asustado, salió corriendo. El revólver disparó y Marcelo se tomó el pecho. -Es tan desigual...
-musitó-. Y casi, en seguida, entró la madre, con los ojos desorbitados y el vientre hinchado por el agua.- 

Osvaldo Svanascini: Escritor y artista plástico argentino. Fue jurado de Arte y Literatura de premios nacionales. Dictó centenares de conferencias en el país y el extranjero. Fue director de "Casandra" Revista de Cultura Contemporánea, 1996. Obtuvo el Premio Konex en 1997 y 1984 y entre otras, la Beca de la Unesco de París en 1960. El cuento publicado fue seleccionado de su libro "El retorno al día que se va" Editores Dos, Buenos Aires 1969.

    
Imágenes: pinturas surrealistas del artísta japonés Tetsuya Ishida (1973-2005)

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