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miércoles, 8 de febrero de 2017

Yo siento a junio

Sexto año de una antojadiza antología de la poesía de todos los tiempos, seleccionada por el escritor Quique de Lucio. Esta pretende ser una antología cuyo sentido radica en la actividad del lector, en su lectura que organiza los textos como un proyecto de su propia aventura y goce creadores. Difundiendo a más de 1.800 escritores, respetando el derecho de autor.



Publicación N° 1.615-



                                                                                                              Denise Vargas

Poeta y gestora cultural de Honduras. Estudió Literatura, Lenguas Romances y Psicología en la Universidad de Dartmouth, al norte de Estados Unidos. Su libro de poesía "Martes como todo vida" fue publicado en Costa Rica por Ediciones Perro Azul en el 2016. Pertenece al taller de poesía Alicanto. Fue consejera de la misión de Honduras ante las Naciones Unidas, donde se especializó en temas de desarrollo social. Habla español, inglés, francés e italiano, actualmente reside en Tegucigalpa y es miembro del Aspen Global Leadership Network.


                                                                                  "Llevar la muerte colgada del cuello
                                                                                   como un ancla; pesa más aún que la 
                                                                                   mano que cierra unos párpados
                                                                                   por última vez"











YO SIENTO A JUNIO EN MIS HOMBROS

Yo sé por qué la ola se
desprende del mar y qué busca en la arena.

No hace falta preguntarle
que siente al diluirse en su rugido azul.

Yo sé por qué se rompe la ola:
sueña con planicies,
con los siglos que caben en cada grano de arena.

Quiero ser lluvia,
caer sobre la copa de un árbol,
deslizarse por sus venas y pertenecer a una raíz.

Con el tiempo convertirse en río
y regresar al mar con las historias
de las piedras que la habrán salvado
de esa lenta eternidad de sal.

Mi abuela tiene mi edad en esta fotografía.
Ella sonríe, pero yo conozco su historia.

Llegará prematuro el otoño y desnudará sus horas.
El frío adormecerá sus ramas heridas
y no volverán a nacer las acacias.

Yo siento a junio tibio en mis hombros,
pero al verla me pregunto:
¿qué laberinto de hojas secas me espera?

¿Qué manos sostendrán algún día mi retrato
y recordarán el futuro que no he vivido aún?.-



PRIMEROS HECHIZOS

Suele ser gris el bullicio de Nueva York,
y más en enero a las cinco de la tarde cuando
cruzamos en bus estas calles
y sólo tu abrigo y tus botines rojos
me aseguran que tengo algún lugar adonde ir.

Tú no te separas de la ventana.
A tus dos años, la ciudad cuelga
de tu dedo índice,
atrapas todo lo que miras:
las hojas y un alón
se detienen porque así lo dispone tu mano
y nada de este hambriento gris
logra desteñir tu asombro.-



EN EL SUPERMERCADO

Este martes como toda la vida
terminé de llenar mi carreta
con las pequeñeces del supermercado.

Al salir,
aquel niño que vendía fresas en la acera
se había convertido en hombre.

Lo vi de pronto,
en el mismo lugar,
con la cesta de fresas aplastando su infancia.

bajo techo, entre cuatro paredes
las lámparas dan siempre la misma sombra,
y la vida pasa
mientras empujamos las décadas
con la carreta del supermercado.-



MI ÚLTIMO VECINDARIO

Los libros serán mi último vecindario.

Aundará el silencio, y la tarde llegará despacio a esa
última luz a la que pertenezco. Me perderé en los ritos
que habremos tejido con los años: moler lentamente
los granos de café, regar las plantas o repetir sus nombres
en una letanía. Abrir las puertas de la terraza a las cinco
de la tarde para compartir un verso de Montejo. Cuando
llueva, cruzaré la plaza central, me sentaré en una banca
con un libro, y escucharé de pronto un campanario de palabras
surgir de algún poema.

Los libros serán mi último vecindario; que nadie tome
mi silencio por soledad.-



CLASES DE NATACIÓN

A los nueve años descubrí cuánto pesa un cuerpo
en el fondo de una piscina.

Hasta entonces, sólo conocía la ligereza de flotar,
cruzar de punta a punta la vida en una alberca. Las
horas fluían, ariéndose bajo cada brazada. En ese
húmedo trance -de quietud, todo parecía liviano.
Sólo mi padre sospechaba de ese hondo santuario
en que me sumergía, y sus ojos vigilaban mi ritual.

Esa tarde, algo rompió la nitidez del fondo. Un
cabello largo subía como humo buscando la
superficie. Dos brazos agitaban el agua sin alcanzar el
vuelo. Me acerqué, sus manos se aferraron a mi cuello,
y en un violento nudo de codos y burbujas nos fuimos
alejando sin luz. Supe en ese instante cuuánto pesa
la vida en el fondo de una alberca.

Esa tarde nos salvaron las señales de humo y los
ojos de mi padre. Pero nada nos libró de morir a la
niñez, y nacer prematuramente. en esa placenta de
cloro, al dulce agobio de saberse mortal.




                                                                                                                Denise Vargas





Imágenes: Pinturas de Henry Tanwortt Wells  (Inglaterra, 1828 - 1903)






quiquedelucio@gmail.com

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