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lunes, 18 de diciembre de 2017

La salamandra


Séptimo año de una antojadiza antología de la poesía de todos los tiempos, seleccionada por el escritor Quique de Lucio. Esta pretende ser una antología cuyo sentido radica en la actividad del lector, en su lectura que organiza los textos como un proyecto de su propia aventura y goce creadores. Difundiendo a más de 2.500 escritores, respetando el derecho de autor.






Publicación N° 1.889-



                                                                                                   Claudia Hernández De Valle-Arizpe 

Poeta y ensayista de México, nacida en Ciudad de México el 19 de junio de 1963. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Ha sido editora de El Nacional Dominical y columnista del suplemento Sábado. Becaria del INBA, en poesía en 1991 y del Fonca en 1994 y 1997. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 1977. Ha publicado, entre otros, : "El corazón en la mira" (Ensayo-1996), "División del silencio" (1988), "Trama de arpegios" (1993), "Sotavento" Número 25, 1994, "Hemicránea, Juan Pablos" (1998), "Perros muy azules". Premio Iberoamericano de Poesía Jaime Sabines 2010, etc.


                                                                                    "El que abre la boca del otro al fuego
                                                                                      también destila el verde vino de los ebrios
                                                                                      y hace que el amor sea por primera vez
                                                                                      un sacramento"












LA SALAMANDRA EN EL SUEÑO

Despierto sin el mar a cuestas
pero "con un dolor de muelas
en el corazón", por no haberte dado:
un gotero con mi sangre
una sortija que te apriete
un frasco con el olor de mi entrepierna
el niño de la salamandra
el polvo de mis uñas
para cerrar tus párpados de insomnio
algún Proverbio del Infierno
un tozo de espejo mirándonos
los pétalos de una flor sin aire
la fotografía de un invernadero
con un hombre tocando el saxofón afuera.
Despierto sin ribera y sin juncos,
colgada de la garganta de un árbol
que es tu mano creciendo ramas.
Te quiero dar hasta mis dientes
y los gusanos que me van subiendo
por todo el cuerpo.-




A DÉBORAH GUILLÉN
                                 
                                        In memorian

Te miro tal y como eras
y recorro con los dedos
como buscando algo de ti,
en los caminos de la tinta,
tu último recado.
En los recodos de las letras
tus pausas me serenan.
Cuánta procesión raes a cuestas.
Vas sobre el mundo
con la tristeza que tienen
los umbrales y los vestíbulos.

Una y otra vez me digo tu nombre
y me repito las líneas de tu cara
y me digo también: de nadie el indulto.
Tú no quieres eso. No te hace falta.
Lo que ahora sucede, acaso,
es que te veo no mirar
ese árbol que evidencia la luz de marzo.

Tu valor interrumpe
la continuidad de mis noches.
Hoy fluyes con la enorme desgracia
de habernos dejado más solos.
Tú al irte nos despojas y nos vences.
Y con qué voz reclamarte, exigirte,
perdonarte qué cosas.-



EL GRITO

Hay noches que no soportan el silencio.
Lo amordazan para un grito.
Puede el grito ser un sable, una espiral
o la sombra de un pájaro.
Allí donde los pasillos de la noche
son trenes bajo el agua,
eras una espiral de luz mirándome.-



BRUSELAS

Su cuerpo es el mapa de una memoria
que comienza a equivocarse.
La miro desde arriba:
su espina dorsal
sus órganos
las verdes ramificaciones que la tejen.
Estando lejos ahora
no importa si la estatua de dios
medía dos metros de largo;
sólo veo el brillo de esos pies
que los turistas frotan para volver,
o el fulgor de los ojos de Vivanne
rasgados por el odio;
su nuca gris reflejada en el espejo
mientras me cuenta: "Dejó de amarme.
Mi marido quiere a un muchacho
que podría ser su hijo".
La ciudad es el cuerpo de un deseo
que sobrevive.
Qué importa en dónde se detiene
el tranvía de la Brugmann
si lo que dejó es el correr de las piedras
bajo el agua
y su cielo sin intermediarios, al bajarme.
O como aguja que atraviesa la superficie,
la tela blanca del día
cuando salgo al balcón
y de inmediato unas gaviotas se me abalanzan.
Cerrar los ojos o abrirlos
da igual en este caso
porque no busco la nitidez de los recuerdos
sino sus batallas.
Qué importa el piso del hotel al que fuimos
para ver nuestra ciudad desde otro ángulo
si lo que permanece es tu cuerpo en el cristal
y luego tus ojos en mi cara.
Tampoco importa el final de este poema,
Sólo sus cables cargados de historia;
su negro reumatismo hablándome despacio
del parque donde los versos de Yourcenar
parecen recortes de periódicos
olvidados sobre el cemento.
Cables que recorren sitios
como a nuestro cuerpo, arterias.-




                                                                                                  Claudia  Hernández De Valle-Arizpe







Imágenes: Pinturas de Albert Chevallier  (1862 - 1925)







quiquedelucio@gmail.com




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