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domingo, 5 de julio de 2020

Semejanza


Décimo año de una antojadiza antología de la poesía de todos los tiempos, seleccionada por el escritor Quique de Lucio. Esta pretende ser una antología cuyo sentido radica en la actividad del lector, en su lectura que organiza los textos como un proyecto de su propia aventura y goce creadores. Difundiendo a más de 10.000 escritores, respetando el derecho de autor








Publicación N° 2676





                                                                                                                     Elaine Vilar Madruga

Poeta, narradora y dramaturga de Cuba, nacida en La Habana, en 1989. Licenciada en Arte Teatral, especialidad Dramaturgia por el Instituto Superior de Arte (ISA). Miembro de la AHS. Ganadora de diversos premios nacionales e internacionales Su obra ha sido editada en antologías a lo largo del mundo. Ha publicado "Al límite de los olivos" (Editorial Extramuros, 2009), "La hembra Alfa" (2013), "Promesas de la tierra rota" (Novela juvenil, 2013), "Salomé" (Editorial Abril, 2013), "Dime bruja que destellas" (Cuentos infantiles, 2013), "Soy la abuela que vuela" (Ediciones Unión, 2014), "El árbol de los gatos" (Teatro, 2015), "Bestia" (Novela, Canadá 2015), "La gitana del amor" (Literatura juvenil, 2015), "Las criaturas del silencio" (2015), etc. 



                                                                                 "Ella abrazó la disonancia.
                                                                                   Sus huesos rugían en la incredulidad,
                                                                                   no supo cómo, pero todas las playas
                                                                                   del mundo se le convirtieron en un cuenco vacío"










SEMEJANZA


He comido de la carne de los nidos.
El hambre fue insuficiente,
esqueleto de las crueldades que puede esperar
para asomarse a las luces baldías,
inclinadas sobre el filo de las aguas.
Mi intimidad es insignificante
ante tantas cosas,
me acecha la perversidad
como la mordida de cien rutas ateridas.
El camino del tedio emigra
a través de los ojos de la noche.
Veo la ironía como las barcas impronunciables de Ítaca,
llevando una decadencia minuciosa en cada ancla,
la derrota del deslave aferrándose a lo remoto.
Las barcas de Ítaca no pudieron nadar hacia la costa
buscaron la muerte salobre del olvido.
Cuánto se parecen a mis manos.-



EL ÁRBOL

A aquellos que ya olvidamos.
A Mamalta. A mi familia.
El sol negro de la espera es estéril
ya sé que nadie regresará
desde la orilla perdonada por mis manos.
Es amargo el vino y la uva,
y mi cuerpo un adiós irreversible
a esos otros que no veré nacer
-acaso no conozca ni sus nombres-
Me serán invisibles como el polvo
sus cortejos de jazmines,
no sabré si le faltan las palabras,
si el tarot los ancla a esa otra tierra
como las crines empotradas del tiempo.
Mi espera es inútil: su asombro ha indagado
por caminos de regreso ya inexistentes,
el arco de los muelles
tiene preparada la saeta y la ponzoña.
No existen agujas para cerrar el círculo y coser distancias
Mis ojos son dos luciérnagas tardías
que no ven las millas invisibles
donde no llega la ira ni el lamento,
acaso tampoco las palabras que nutren el mapa de regreso:
amargos aún el vino y la uva
y el asombro domesticado de la espera.

El Árbol de mis hijos se ha quebrado,
dirían los patriarcas con una mueca imperdonable.
El Árbol se ha roto en el fuego,
y luego las cenizas fueron a abonar las aguas
-las malditas aguas del viaje del no retorno-
y esas cenizas se nos hicieron un cáncer de olvido
en los pulmones.
El sol negro de la espera de este Árbol estéril
donde colgamos todos de cabeza,
con los ojos abiertos como peces.
Somos espejos del Árbol muerto,
dirían los patriarcas si pudieran,
pero el tiempo de hablar se ha terminado
y la incógnita del Árbol
es sólo otra bestia silenciosa.-



DEJARTE AMAR

Me he asomado al lado vidrioso de los ríos.
Entonces supe que era Ofelia,
y la muerte en mi pómulo
una larva abatida de la incógnita:
ser o no ser,
         y el sargazo impávido
del vientre de las bestias
una escupida de dios para mostrarme
que he tragado la eternidad,
         buche a buche,
con el hábito fértil de la espera.
Donde otros descubrirán la herrumbre
yo pongo las flores azules del ahogado.
El grano vendrá a sembrarse
en mi mejilla como la pregunta a dios
que otros podrán responder
cuando sepan que soy Ofelia:
míos todos los maderos imposibles
a los cuales pude asirme,
          pero no.
Sepan todos que esperé
como se espera el animal milagroso
Sepan todos que esperé
la incoherencia de lo eterno,
con la manía lógica de las bestias
que no saben dejar de amar.-





                                                                                                                  Elaine Vilar Madruga



Imágenes: Pinturas de Alberto Piso.








quiquedelucio@gmail.com

Blog auspiciado por Canadian Cultural Center of Montreal.




1 comentario:

  1. ¡Ah, los niños!
    .
    Me gusta ir a pasear cuando llega el atardecer,
    también pasar un rato en un parque cercano,
    es muy bonito, como un pequeño bosque en la ciudad,
    voy caminando poquito a poco,
    con la edad ya no puedo apresurarme,
    no soy como antes, cuando era joven nadie podía alcanzarme.

    Las casas a ambos lados de la calle son muy lindas,
    con bellos jardines y muy bien cuidadas que están,
    a veces me robo una rosa cuando nadie mira,
    disfruto de la dulce y suave fragancia que emana de ellas.
    A mi difunta también le gustaban,
    solía traerle un ramo de rosas los domingos
    pero ya no tengo a quien traer rosas,
    la pobrecita se murió,
    que voy a hacer. así es la vida.

    Trato de oír las voces casi imperceptibles
    detrás de puertas y paredes,
    ¿que dicen?
    no entendió, ya estoy medio sordo,
    viven dentro como prisioneros voluntarios.
    ¿Que hay dentro de cada casa? ¿quien vive? ¿que sucede?
    cada cual un mundo en si, un misterio para mi,
    ¿serán felices? ¿serán infelices?
    no es asunto mío,
    pero por dentro desearía estar con ellos,
    tan solo que me siento, la soledad es triste.
    Las calles están vacías, nadie afuera
    ¿Porque viven así?
    que alegre sería si los niños estuvieran jugando
    ¡tan bonito que esta todo!

    ¡Al fin llegué! - cada día se me parece mas lejos, estoy muy cansado,
    éste banco me gusta para sentarme a descansar y mirar el paisaje,
    el aire me falta, cuando uno se pone viejo es así.
    Los niños corren y juegan, incansables que son,
    juegan y juegan sin pensar, viven el momento,
    todo les maravilla, así me sentía yo cuando chiquito,
    todavía me acuerdo.

    Vengo a verlos casi todas las tardes,
    como me gusta oír sus voces y risas alegre,
    las madres los cuidan dándoles cariño y consuelo si se lastiman,
    a veces lloran pero esto dura poco,
    de pronto se levantan y vuelven a jugar,
    solo querían sentirse protegidos por ellas.
    Dios mando las madres ¿que haríamos sin ellas?
    Que rápido pasa el tiempo ya comienza a oscurecer y a ponerse frío,
    los huesos me duelen cuando hace frío,
    ¡maldita vejez!

    Una a una llaman a los niños para que vengan, es hora de irse,
    algunas hablen muy fuerte para que las oigan,
    uno que otro rehúsa irse o pretenden no oír pero al fin obedecen,
    a veces lloran porque no quieren dejar de jugar,
    me da lástima cuando lo hacen.
    Ha empezado a enfriarse casi de pronto,
    la brisa es suave pero muy fría,
    abrigan a los niños para que no sientan frío o se enfermen,
    pueden coger catarro.
    Yo también me cierro el abrigo, tengo que cuidarme.

    Poco a poco se van todos,
    una señora lleva el hijo de mano, muy travieso que es,
    alejándose entre los arboles hasta que se me pierde de vista en la distancia,
    me recuerda cuando hacia lo mismo con mi hijo.
    Tras pasar un rato miro a mi alrededor,
    solo quedo yo, es ya de noche.
    Solo silencio.
    Mejor me voy.
    Respiro el aire frio del anochecer, que sabroso es,
    me voy, caminando entre los arboles,
    toco los troncos con mis manos, me gusta acariciarlos.
    El bastón me ayuda a no caer.

    ¡Ah, los niños!

    ©
    Juan Pablo Segovia, poeta cubano

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