Cuarto año de una antojadiza antología de la poesía de todos los tiempos, seleccionada por el escritor Quique de Lucio. Esta pretende ser una antología cuyo sentido radica en la actividad del lector, en su lectura que organiza los textos como un proyecto de su propia aventura y goce creadores. Difundiendo a los hacedores, respetando el derecho de autor.
"Entre la gente sigo caminando. Aquí estoy
nunca me demoré -te digo- latido tras latido
territorio febril de ciudad
de vértigo sin vértigo"
LA PLAYA DE MI SUEÑO poesía de Quique de Lucio
Confundí ese hilo de luz con un resplandor
a lo mejor por el cansancio de caminar en esas arenas húmedas,
de esa discreta tarde.
El caminito nos colocó suavemente, íbamos de verano
y salimos todos tan ligeros.
Pudiera alzar la mano a quien fui y advertirte: esto no durará.
Pero ya lo sabía. Era la costa del Río Cuarto y
llegado un poco tarde al verano y a la playa.
Ya no quedaba nadie, sólo nosotros.
Sentados sobre las piedras conversamos de cosas sin importancia.
No me preguntes qué, no me preguntes.
Pocillos cavados por el agua contenían secretos: joyas de barro,
minucias que compondrían una naturaleza muerta;
tú habías encontrado un caracol raro y yo me entretenía
de hueco en hueco, en la arena.
Tal vez sólo quería perseguir ese enjambre de luciérnagas,
mi agua se filtró por tus grietas
cuando la capa de escombros era únicamente arena,
ese fue el primer suelo sobre el que surgió nuestra vida.
Ya sé que para siempre recordaré dos ríos anchos y sonoros,
así han de ser las playas que aspiran a memoria
aunque allá, donde tú la recuerdes, se hagan sepia.
Pero quiero saber de qué se trata este recuerdo,
tañido incierto en esta noche de frío.
Levanté la cabeza te vi sentada,
eras como una lámpara encendida entre las manos,
nunca sabré qué hacer
en medio de ese instante que aún está sucediendo
y ya sé para siempre. Aún no habíamos ido
a la habitación
ni empezado la tarde. Te grité unas palabras
ya no al aire liviano y remotas,
cayeron como piedras, joyas de barro
también estas palabras
que no eran importantes. Hube de recogerlas.
Asombra en ciertos recuerdos
su arbitraria permanencia
así que no hay razón para que cambie
el memorioso sepia
desde el azul al rojo, para este olor a mojarritas.
Algo en mí supuso la fatalidad de esa discreta tarde,
no sé si la recuerdas mas qué importa:
conservo dentro de mí tu instante con cuidado,
ese escudo de amor contra la joven muerte.
No se quien me dio una mariposa
para poner adentro del frasco. No la quise,
algo en mi creía la fatalidad de ser esa naturaleza muerta.
Llegamos a la habitación cuando empezaba la tarde.
Siempre la tarde es cruel y más en Río Cuarto,
la matinal belleza del agua cuando está frío y recién
se acostumbran las palomas
recrudece con las horas y obliga al mediodía
a entornar los ojos
cuando merma la luz, son las seis de la tarde:
la luz ya no nos mira fijamente y sus oblicuas
ojos son el hechizo peor.
Toda criatura tiene de sí misma noticia a esa hora.
Cuando llegamos a la habitación empezaba la tarde.
Descorrí la cortina sobre el vidrio y entró
francamente la de oblicuos ojos:
así era mejor. Encendí la televisión pasaban un documental
sobre turismo en el Río de la Plata.
Eran dos ríos: uno en la pantalla el otro en la terraza
no supe desde cuál miraban con más furia
los oblicuos ojos.
Las muchachas de la balsa se animaron en lunfardo porteño
unas a otras en el límite con Uruguay,
y yo atenué de la pantalla el demasiado color
pero el demasiado color persistía tras la baranda.
Me di por vencido, como se quiebran los largos girasoles.
Barquitos corrían ante mis ojos
llevando a muchachas que se te parecían.
Tú saliste en ese momento a la terraza
y me dijiste algo: yo lo supe claramente de nuevo
aquella tarde
como antes lo supe en la costa del río,
no me preguntes qué, no me preguntes.
Ignorar ciertas cosas es un don en cualquier hora,
mucho más en la hora de los recuerdos vanos.
Entraste de nuevo y llevaste contigo tu visión
y eso hizo a estas cosas mucho más soportables.
Pasaron toda la tarde las muchachas
por la pantalla sobre sus frágiles embarcaciones
lamidas por el agua marrón, la de color león
y pasó toda la tarde tras la baranda.
No te dije palabra porque
te había querido en esas breves horas
más allá de toda posible palabra.
No me preguntes qué, no me preguntes.
Ahora estoy otra vez en esta última esquina del invierno.
Cerré las cortinas cuando me di cuenta
que lo que quería es recordar,
cuando daban miedo
las frágiles balsas de mi sueño
lamidas por la noche.-
Quique de Lucio
Publicación de Quique de Lucio para "Nos Queda
la Palabra"
quiquedelucio@gmail.com
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